Nunca casi nunca a veces siempre: Cuándo ser sutil importa

En narrativa, menos es más, especialmente cuando la crudeza de lo que se cuenta es suficientemente dura para no requerir de ningún tipo de artificio

Crítica de Nunca Casi Nunca A Veces Siempre (Never Rarely Sometimes Always, 2020)

A veces, ser sutil importa.

Cuando la ficción aborda temáticas tan sensibles como los abusos sexuales, lo realmente arriesgado es hacerlo desde la honestidad. Lamentablemente existe una tendencia a recrearse en el melodrama extremo, usando con total desvergüenza una estructura narrativa perezosa, repleta de tropos que centran la atención en la anécdota y en villanos con nombre y apellidos.

Se ignora, por tanto, lo sistémico del problema, para ofrecer al espectador un drama más masticado y con un cierre más satisfactorio (muerto el perro, se acabó la rabia). Películas absolutamente penosas como The Tale (HBO Max, Jennifer Cox, 2018), son desafortunados ejemplos de este tipo de sensacionalismo y son diseñadas con el objetivo principal de arañar algo de prestigio.

Por el contrario Nunca Casi Nunca A Veces Siempre. es una película magnífica y tremendamente eficaz en su propuesta precisamente porque se sitúa en las antípodas de este tipo de producciones.

«Nunca casi nunca a veces siempre»: un viaje de seis palabras con hiper-realismo por bandera

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Este estupendo retrato intimista dirigido por Eliza Hittman, cuenta con una historia sencilla y contundente, cuya estructura de road movie y tono hiper realista es perfecto para narrar de forma convincente el descenso a los infiernos de la gran ciudad para que una adolescente, acompañada de su mejor amiga, puedan encontrar la ayuda que necesita para realizarse un aborto.

El único elemento donde la narración de Hittman se permite ciertas licencias artísticas y se aleja del docudrama minimalista, es en su representación de la figura del Hombre a lo largo de la película: siempre como una presencia violenta, invasora y generadora de ansiedad. Un recurso narrativo que no es maniqueo en tanto que nos sitúa en la piel de las protagonistas y nos ayuda a compartir con ellas el sentimiento de asfixiante desamparo en el que se encuentran durante esas 72 horas.

La claridad de ideas, síntesis de recursos y estilo marcadamente naturalista, hacen que el mensaje de la película sea mucho más contundente que en el caso de los melodramas de peli de tarde de los que hablaba más arriba. Finalmente, la asombrosa y pasmosamente realista interpretación de Sidney Flanigan termina de redondear una obra esencial (junto con The Assistant) para entender como el cine independiente ha abordado la era del me too y el feminismo de cuarta ola.