Lo que supuso para mi Regreso al Futuro
A diferencia de la mayor parte de los clásicos intocables de los años 80, la saga Regreso al Futuro (la original, la Parte II y en menor medida la Parte III) es una reflexión en clave irónica sobre lo generacional. Ese es el trasfondo que la hace absolutamente invulnerable al paso del tiempo, más allá de otros elementos indiscutiblemente redondos, donde destaca ese guion simplemente perfecto, que maneja numerosos niveles de lectura con ritmo de reloj suizo, e interpretado de forma memorable. A día de hoy, es difícil que alguien se atreva a negar la influencia de la obra magna de Robert Zemeckis y Bob Gale, su arrolladora fuerza icónica y su brutal atemporalidad.
Sin embargo, hubo una época en la que no todo el mundo pensaba así. Al principio Regreso al Futuro no era una franquicia con una gran maquinaria de marketing detrás. Ni siquiera se la consideró una cinta de culto instantáneo. No había convenciones, ni packs recopilatorios en DVD. Ni internet tal y como lo conocemos ahora. En esa época, para mí Regreso al Futuro no era de todos. Era algo mío. Profundamente atado a lo que sentía y posteriormente lo que daría forma a mi amor por el audiovisual desacomplejado, en cualquiera de sus formas.
Para mi Regreso al Futuro fue totalmente disruptiva
Se estrenó en verano de 1985 y apenas unos meses después nací yo. La vi con cierto retraso teniendo en cuenta que mi madre ya me llevaba al cine con tres años. Calculo que sería en el 90 o en el 91. Yo vivía en una aldea de 300 habitantes, en la frontera entre Galicia y Asturias. Mi padre tenía que coger el coche para poder llegar al único videoclub en varias decenas de kilómetros a la redonda: un antro oscuro, lleno de polvo y carátulas sobadas.
Ahí estaba yo, rebuscando entre los VHS infantiles y juveniles, cuando esto llamó mi atención. Fue un flechazo, nunca había visto algo tan alucinante como esa cubierta. Y lo mejor de todo: no ponía la temida etiqueta de “Alquilada”. Mi cara tuvo que ser lo suficientemente descriptiva para que mi padre me la quitase de las manos y la llevase al mostrador.
Me pasé el viaje de vuelta mirándola embobado mientras la sujetaba con las dos manos (tened en cuenta que para un niño de 4–6 años un estuche VHS era bastante contundente). La vimos esa misma noche y pude verla varias veces más antes de que mi padre la devolviera… Poco tiempo después la pasaron por TVE y teníamos un VHS de 180 minutos preparado para la ocasión. No quiero especular con el número de veces que esa cinta grabada de la tele pasó por el reproductor, pero estoy seguro de que alcanzaría sin problemas las tres cifras.
Mi regreso al futuro fue mi primer distanciamiento de la infancia
Ya tenía tatuados en mi cerebro los diálogos y podía tararear toda la banda sonora en paralelo al metraje, cuando descubrí la existencia de una secuela que continuaba ese cliffhanger imposible. En el videoclub estaba cotizadísima: era una novedad y había una larga lista de espera. Pero una mañana me desperté y ahí estaba el estuche, de pie encima de la mesita.
El visionado de Regreso al Futuro II fue estimulante y algo aterrador: era una película más compleja y adulta, y hubo dos conceptos sobre los que estuve reflexionando toda la noche. Uno de ellos fue ese 1985 alternativo y violento, casi Lynchiano, que me causó cierta incomodidad. Pero fue el viaje a octubre de 2015 lo que me llevó a hacerme una pregunta inquietante. ¿Cuántos años tendría yo en 2015? Hice cuentas: casi 30. ¿Cómo sería yo dentro de 25 años? ¿Y con 40? ¿Y con 65? ¿Y con…?
Y entonces llegó ese instante por el que supongo pasan todos los niños tarde o temprano: el momento en que eres consciente de tu propia mortalidad.
Lloré bastante esa noche.
Volví a ver Regreso al Futuro II, claro. En cada visionado no podría dejar de preguntarme dónde estaría yo el 21 de octubre de 2015, para a los pocos segundos olvidarme de la cuestión, al fin y al cabo aún faltaba una eternidad para eso. Y de repente estoy aquí en disposición de responder a esa pregunta. Siento que esto es lo más cerca que voy a estar en toda mi vida de comunicarme con mi yo de 199X y decirle lo único podría servirle de algo: no te preocupes.
Regreso al Pasado: epílogo
Es verano del 93. Mis padres, mi hermana y yo estamos pasando unas semanas de vacaciones en una pequeña villa situada en la costa de Asturias. Son días felices pero un poco aburridos. Hace bien tiempo y salimos a pasear a diario. Tras comer una buena bandeja de chipirones fritos, regresamos a casa y pasamos al lado de un antiguo cine de barrio, de esos que proyectan las películas con meses de retraso.
Entonces veo un cartel extrañamente familiar. Me froto los ojos. Los pelos se me ponen de punta y me quedo sin habla. Es mi Regreso al Futuro III.
Doc está vivo.
Está en el viejo oeste, PERO ESTÁ VIVO.